martes, abril 15, 2008

El votante desconfiado y los partidos

Ayer por GS se hablaba de unidad y división de los partidos. Se comenta, y muy acertadamente, que los votantes se quejan que los partidos son demasiado oligárquicos y demasiado disciplinados, pero sin embargo están igualmente dispuestos a castigar a aquellos partidos que se lían a tortazos con conflictos internos.

Este hecho es en cierto modo una paradoja: los votantes se quejan que los partidos dictaduras internas, pero no soportan la idea que debatan en público. Lo que no es, sin embargo, es una herencia del franquismo o una característica extraña de la cultura política en España.

Para empezar, la lista de partidos y coaliciones castigadas por sus divisiones internas en Europa es larga y gloriosa. Preguntadle a los laboristas desde finales de los setenta hasta que llego Tony Blair a poner paz, los conservadores desde la caída de Thatcher hasta anteayer, cuando finalmente pararon de sacudirse garrotazos en público, los Gaullistas y sus alegres divisiones de partido en los ochenta, el 95% de los gobiernos italianos, el SPD y Lafontaine buscando sus esencias, y podría seguir hasta nombrar todos los partidos de Europa en algún momento de su historia. Los votantes odian que los partidos discutan, y es así en todas partes.

¿Por qué sucede esto? Los votantes tienen motivos sólidos y totalmente racionales para hacer estas cosas. El primero, y más sencillo, es que uno no sabe exactamente qué esta comprando al votar a un partido dividido. ¿Estoy votando al neocañí de Espe, una moderación centrista Gallardoniana o una derecha clásica estilo Rajoy? ¿Si voto Laborista en los ochenta, mandará Kinnock o mandarán todos esos sindicalistas que se pasan el día de huelga en huelga? ¿Qué me garantiza si voto a John Major que sus "amigos" dentro del partido se lo carguen a media legislatura como hicieron con Thatcher?

El electorado sabe que la economía pide estabilidad, y tener a un gobierno más preocupado en decidir quién manda y quién decide que no en pasar leyes y medidas es básicamente una mala idea. Es más fácil para un gobierno mantener la disciplina interna cuando está en el poder, pero no garantiza nada. Que le pregunten a UCD o a Felipe González.

El segundo motivo es un poco más complicado. Para un votante que quiere que los partidos escuchen todas las voces internas, la decisión de castigar la disensión interna es de hecho racional. El motivo lo explicaba no hace demasiado en otro artículo. Básicamente, si el líder de un partido sabe que los votantes castigarán salvajemente cualquier conflicto interno, eso será un incentivo para ser tan incluyente como sea posible. El dilema para el jefe se reduce básicamente a decidir si prefiere escuchar y adoptar las ideas de sectores del partido más "puristas" y alejarse del centro, o pelearse con ellos e intentar ser tan moderado y cercano al (mítico) votante mediano como sea posible.

Si los votantes no penalizan el conflicto interno en absoluto, el presidente de un partido lo tiene claro: ignoremos a las corrientes, minorías y tendencias, y populismo a todo tren. Si lo votantes en cambio son implacables, el líder va a tratar de cooptar tanta gente como pueda en la ejecutiva, alejándose del centro y creando una dirección más representativa de lo que es el partido. El electorado racionalmente prefiere un partido unido, porque es incluyente, que un partido dividido, porque revela un liderazgo autista y poco tolerante con otras opiniones.

A todo esto, no todos los partidos son iguales, evidentemente. Hay partidos que tienen la desgracia de tener tantas opiniones y tendencias que se pasan el día en el ring (Izquierda Unida); hay otros que están llenos de gente tan desesperada de ganar unas elecciones que el líder puede decir todas las burradas que quiera sin que nadie le cuestione (el PP en el 95-96, tras perder demasiadas veces).

Aún así, me parece bastante claro que es bastante racional y razonable que los votantes odien los partidos que pierden el tiempo en guerras internas. Es una mala señal, desde cualquier punto de vista.

A todo esto, respondo también al artículo sobre el postmodernismo con este enlace. ;-).

3 comentarios:

Brian dijo...

El ideal sería que los partidos tuvieran democracia interna, pero se presentaran a la sociedad con un programa coherente. En teoría esto está inventado hace siglos y se llama centralismo democrático. Todos sabemos como terminó en la práctica.

GS se equivoca cuando atribuye la preferencia por los partidos cohesionados a la herencia del franquismo, pero acierta al plantear cuestiones tales como el culto a la personalidad del líder, el presidencialismo o la tendencia a secuestrar la democracia parlamentaria con los llamados "pactos de estado". Si hay que hacer pactos de estado contra el terrorismo, para la educación, para la reforma del sistema judicial, para la reforma de la Constitución o para el reparto del agua, ¿para qué coño sirve el Parlamento?.

R. Senserrich dijo...

Lo de los pactos de estado es otro tema distinto. Tienen su espacio (hay políticas que no conviene cambiarlas cada cuatro años), pero tienden a invocarse demasiado a menudo.

Lo del culto a la personalidad, qué quieres que te diga. A Rajoy no le rinden demasiado culto ultimamente, vamos. Es algo cíclico; si ganamos, el jefe es cojonudo, si perdemos... ya se sabe.

Lo del presidencialismo también es inevitable. Los sistemas parlamentarios funcionan igual en todas partes; si quieres una verbena de hecho tienes que buscarte un sistema presidencialista, paradójicamente. Y la verdad, prefiero saber que el presi tiene mayoría y que si quiere hacer algo puede. Así si la caga lo puedo defenestrar bien.

Los partidos son engendros bien raros, la verdad. A veces realmente no me explico por qué la democracia funciona...

Anónimo dijo...

Muchas gracias por tu contestación dedicándome toda una entrada. Con tu permiso me tomo unas horas y te contesto a algunas cosas en mi blog. Lo de la Postmodernidad me ha encantado... yo no es que sea demasiado postmoderno, la verdad.